sábado, 6 de febrero de 2010

El tipo que volvía del trabajo

Elpidio Lasotras

El hombre miró la hora en su reloj quince minutos antes de las diez de la noche. Se acababa de despedir de sus compañeros de trabajo, lo habían invitado a algún bar de ahí, del centro, pero prefirió negarse. La jornada terminó a las ocho sin embargo, como cada domingo, debían descargar productos de un camión para llevarlos a la bodega de la tienda en la que labora. Con gusto habría ido a tomar un par de cervezas con los otros, pero en su bolsillo sólo había dos monedas de diez pesos. “Será para la otra”, dijo, y por un momento, como cada domingo, se sintió derrotado.
Apenas llegaría a tiempo al paradero del mercado Adolfo López Mateos para abordar la ruta 19 que lo conduciría a La Joya, donde vive. Caminó por Gutemberg y a su paso se encontró con tres hombres-mujer quienes le ofrecieron sus servicios. No dijo nada y siguió su camino. “Si tan sólo una mujer me esperara en casa… Ni siquiera eso tengo.”
Cuando pasó por un costado del parque “Cri-Cri” miró cómo una pareja de enamorados se adoraba. Se detuvo frente al hombre y la mujer y cuando éstos advirtieron su presencia, el sujeto volvió a caminar. “Si tan sólo…”, repitió y quiso fumar, pero no llevaba un solo cigarro.
En los andenes del mercado se encontró con los restos de la tarde, con los rezagados de esta Cuernavaca apática, con su propio y eterno fastidio de saberse esclavo, sus deseos de liberación largamente postergados. “Sólo con un pinche tiro en la sien me libraré de toda esta mierda.”
Subió a una vieja unidad cuya luz apenas dejaba entrever a los escasos ocupantes. Escogió un asiento arrinconado, pegado a la puerta de descenso. En el otro extremo vio a un hombre y una mujer, también adorándose. Acaso ellos no se percataron de la presencia del individuo y tal parecía que estaban solos, en algún hotel, porque no reparaban en demostrarse su amor, a juzgar por los sonoros besos que intercambiaban y el inquieto movimiento de los brazos.
Sólo cuando el chofer encendió el motor de la ruta los apasionados salieron del trance y miraron alrededor: el tipo que volvía del trabajo tenía la cabeza recargada sobre el cristal de una ventana, con los ojos cerrados. Sintió la mirada de los otros y volvió la vista hacia ellos y la mujer sonrió. En seguida se enredaron entre sí y siguieron con los besos. El camión se puso en marcha.
A la altura de El Vergel el chasquido de los ósculos pasó a convertirse en jadeos. El solitario hombre miró de reojo y se encontró con que el novio tenía una mano metida entre las piernas de la mujer, quien llevaba puesta una falda corta de mezclilla. Ahora fue el enamorado el que sonrió. Algo dijo al oído de ella, acaso consintieron que el tipo que volvía del trabajo participara del juego.
–¿Quieres? –preguntó la mujer, con las piernas separadas, mostrando su humedad.
Del fastidio, el sujeto que iba en el otro extremo pasó al asombro. En los ojos de su igual había una clara señal de aceptación ante la invitación de su acompañante. Ambos sonrieron con el trabajador y éste, luego de volver a mirar la vagina, se acercó sigilosamente.
–No te voy a morder –dijo la fémina–. Tal vez ella sí –señaló su sexo–, pero yo, no. ¿Sabes?, mi fantasía es hacerlo con dos. Esta noche deseo cumplirla.
El amante asintió con la cabeza. Hombre y mujer olían a alcohol, acaso a cerveza y un poco de tequila. El trabajador acercó su mano, la cual fue dirigida por la muchacha hacia el centro de sí. Húmeda, cálida, sintió cuando apretó sus dedos. En ese momento el invitado miró hacia los otros asientos: unos pasajeros dormían, otros escuchaban música, el chofer no se enteró de nada.
Bajaron en El Tizoc. Ella estaba poseída por esa añeja fantasía y sólo esperaba sentir ambos miembros ingresando en sus partes. El novio también parecía extasiado de ver a su mujer en ese estado. Entraron en el Motel Gaby’s. 180 pesos por los tres. Pagó la pareja.
Desnuda, la chica parecía casi una niña. Prendió la televisión y en ese momento la película en turno mostraba a una mujer que era penetrada por dos.
–Así quiero que me hagan.
Desnudos los tres. Ella no sintió el menor pudor a la hora de exteriorizar su placer. Alguien hubiera pensado que se trataba de una agresión por la forma en que gritaba. Los hombres en cambio parecían intimidados, como si se penetraran a sí mismos sin haberlo consentido antes. Pero ella…
–Vénganse adentro los dos, por favor –suplicó, la voz delirante.
La llenaron de semen. Quedó tendida en la cama, con una sonrisa de entera satisfacción. Su novio se levantó para ir al baño. El tipo que volvía del trabajo recordó en ese momento que ya no alcanzaría transporte y las monedas que llevaba no serían suficientes para pagar un taxi. Se vistió de golpe, ubicó el pantalón del otro sujeto y miró el cuello de la satisfecha.
Tomó la cartera. Abandonó el hotel casi con prisa. Nadie lo miró. Cuando el amante salió del baño halló a su pareja aún sobre la cama, muerta de placer.

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