viernes, 27 de agosto de 2010

La visión de Daniel


53

“En aquellos días yo, Daniel, estuve afligido por espacio de tres semanas.”
Daniel, 10. 2


El hocico húmedo del cerdo se deslizaba despacio sobre mi rostro. En un principio llegué a sentir asco, pero, a fuerza de repeticiones incontables, me di cuenta de la natural compasión con que el animal mojaba de luz mis pensamientos.
“Te ves más limpio, la luz y el calor del mediodía se reflejan mejor sobre tu piel seca, el lodo de tu cuerpo se hace terrón y cae por pedacitos”, decía yo a aquel cerdo con quien compartía el aposento. Yo no entiendo el mundo, ni a las personas mayores –el cerdo, mirándome, parpadeaba y en sus ojos brillaba un niño arrodillado, cansado de pies y manos–. Cuando don Tobías cayó del campanario de la iglesia –aunque dice mi abuelita que fue su hermano quien lo aventó–, la gente se entristeció mucho; hubo misa, cantos, rosarios, flores blancas, llanto, veladoras, arroz con leche, pan de dulce… y cuando mi Tohuihui se murió, mi madre sólo dijo: “No llores… El martes Juan te traerá otro perrito”. ¿Por qué no trajeron otro don Tobías? Tampoco entiendo por qué mi papá me metió aquí, al chiquero; ni la buena tunda que me puso. Según él, lo que hice estuvo mal, aunque nunca de los nuncas me dijo qué fue lo que hice.

En aquella tarde yo andaba jugando por los terrenos de don Lencho; brinqué el tecorral y me fui metiendo entre las milpas para jugar al sembrador; nada más quería pedirle a la tierra que nos regalara buena cosecha en esa temporada. Como le hacía mi tío Crecencio (el Cabeza de cebolla, así lo apodaban porque siempre tuvo sus mechas blancas y escasas, como una nube despeinada por el viento), él siempre hablaba con la tierra antes de la llegada de las aguas. Y en eso andaba cuando vi al Toño y a la Tacha; como que se estaban peleando. Yo pensé que sí, porque ella se quejaba muy fuerte. Luego cuando la tiró en el suelo y se montó encima de ella, se quejó más fuerte y apretó la yerba con sus manos como queriendo arrancarla. Y pues como yo vi que por más fuerza que hacía no se levantaba, que me voy rápido a avisarle a mi primo Luciano porque además de ser novio de la Tacha, trabajaba cerca del sembradío de don Lencho en un matadero de puercos.
Ese que luce el ano, ahí te buscan en la entrada”, dijo uno de sus amigos. Yo todavía iba agitado por la carrera que había pegado; sólo me acuerdo que le dije: “¡Primo, primo, primo!, allá, por la milpa... el Toño se está peleando con la Tacha… Anda encimado en ella mordiéndole el pescuezo y pegándole con un palo. Ya no la deja levantar y ella nomás dice, mientras puja: ‘¡Mmmme duele! ¡Mmme duele… Toño!’”.
Si ya me había dicho mi madre que me iba a salir piruja como sus… y no acabando de decir lo que quería decir, tomó uno de sus cuchillos con los que mataba puercos y salió corriendo. Bien que me acuerdo, estaba más chiquillo, pero no más menso.
De ahí me fui mejor para la casa de mi amigo el Quelite, un amiguito del catecismo. Su papá recién había llegado del otro lado, y todos los niños queríamos ver los juguetes que le habían traído; en especial, un carrito de control remoto que pasó del asombro y la curiosidad, a la envidia de todos nosotros.
Ya por la noche, fue don Lencho a mi casa y le dijo a mi papá que anduve pisando las matas de frijol y calabaza sembradas a orillas del maizal. Yo oí cómo le decía a mi padre que debía pagar los daños causados por su cría. “Debería mantenerlo encerrado.” Yo me estaba haciendo el dormido, pero bien claro que oí cuando dijo eso.
Tempranito, en la mañana, encontraron tirado al Toño a orillas de la barranca que está en Ocotepec… Ya ves, por eso dicen que ahí “matan y no entierran”… La cosa es que la mujer que lo encontró dijo que tenía cuatro cuchillazos en la espalda, de donde salía una sangre oscura, grasosa como manteca de puerco y maloliente; peor que las aguas negras del barranco. Cuando yo me desperté, la noticia ya había corrido por el pueblo; y justo cuando me preparaba para ir a acarrear agua con la carretilla hasta la pileta del pueblo, va llegando mi padre… y sin decir ni “agua va”, que me agarra de las greñas y me saca al patio. Ahí me dio con una vara de ocote en todito mi cuerpo (siempre que me acuerdo, la vuelvo a sentir rebotando en mi piel, como un árbol derribado que azota en la tierra del monte sin que nadie escuche su ruido). Luego, me amarró las manos con un mecate que utilizaba para atar las patas de los cerdos cuando los castraba y me metió al chiquero. “A ver si así aprendes, condenado escuincle”, dijo mientras cerraba la reja con un alambre viejo.
Pasé más de quince días ahí metido, y no te me miento cuando te digo que nunca de los nuncas me dijo bien qué fue lo que hice. No supe si fue por lo de las calabazas de don Lencho, por andar de metiche con lo del Toño y la Tacha o porque encontraron, escondido debajo de mi cama, el carrito de control remoto de mi amigo el Quelite.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Dos opciones para caballeros que tienen sed

Estas fotografías fueron tomadas por el compañero Pachucosoy. Las imágenes corresponden al centro de la ciudad, exactamente sobre la avenida Matamoros. Como puede observarse en el diseño de las puertas, evidentemente se trata de una cantina, conocida como La Estrella. Una cantina muy particular, a decir verdad, pues sólo cuenta con apenas tres mesitas; es un espacio pequeño pero, eso sí, no falta su rocola ni el barman con cara de muchos años. Un sitio harto tranquilo.





A unos pasos de La Estrella nos encontramos con El Danubio, ubicada esta cantina (o botanera, como quiera Usted llamarla) en la esquina de Matamoros y Leandro Valle, en la planta baja. Ésta, a diferencia de la anterior, cuenta con un espacio más amplio y en ella laboran mujeres de faldas cortas o pantalones pegados. Pasan los años y el lugar permanece abierto y es uno de los más concurridos en el centro de Cuernavaca. Cuando uno transita por afuera no es extraño escuchar la música a alto volumen, los gritos y risas de las muchachas, las botellas chocando entre sí, las palabras de borrachos que discuten si es mejor Chivas o Cruz Azul... El Danubio también es un sitio tranquilo, ciertamente.