martes, 28 de septiembre de 2010

Luz de papel oscuro


53

Un sueño es una corta locura y la locura un largo sueño
Schopenhauer

El peligroso deseo de extraviarse en la deliciosa forma de los tobillos de Alicia, propiciaba que Jesús caminara por las noches sobre los sitios más solitarios y oscuros de la ciudad (los alrededores del parque Melchor Ocampo, cerca de la estación del ferrocarril, tomaban una esencia predilecta en su bagaje nocturno). Constantemente inventaba fórmulas y escenarios de color violeta, en los que ambos protagonizaban historias sensuales y plagadas de erotismo; un anhelar incestuoso petrificaba su sangre, del mismo modo que la hervía.
La noche en que lo asesinaron, hacía su recorrido habitual. Y poco antes de morir, Jesús vio salir de entre la corteza de un árbol, una sombra que poco a poco fue convirtiéndose en un astro de luz: Alicia. De su boca nacía un vaho diáfano que cubría los labios de aquel hombre. Él quiso decirle muchas cosas, pero no se atrevió. Se limitó a sujetar con fuerza el bolsillo izquierdo de su chaqueta, donde guardaba un pequeño pensamiento escrito en un trozo de papel desgastado: “Febrero del 86./ Esta vigilia de ti me adormece/ la carne de vida mi alma espera/ y mi boca, de tanto pronunciar tu nombre/ se agita/ se agrieta/ se seca.” Quiso apretar aún más fuerte, pero ya no hubo tiempo.