lunes, 8 de marzo de 2010

Cruces amarillas

53

Cacahuaizquixochitl,
zan tonnetlanehuilo,
ticahualoz,
tiyaas, xiomoas.

(“Preciosa flor de maíz tostado,
sólo te prestas,
serás abandonada,
tendrás que irte,quedarás descarnada.”)
Cantares mexicanos

Te llamas Yareni N. y te gusta platicar con los muertos. A las tres de la tarde, te deslizas automáticamente por el cementerio de cruces amarillas. Mientras el aire fresco de las jacarandas invita a bailar los telares de tus ropas, te deslizas y cantas, como un fantasma marino sobre las aguas del silencio. Tu boca comienza ataviarse de flores, de hormigas rojas y caracoles dorados. Cantas porque tu corazón te lo pide, porque tus manos, ayer crucificadas, lo necesitan; porque tus muertos sembrados como semillas de cacao, te están escuchando. Tu cabello negro, tus ojos de lagartija azul, tus aretes de pluma verde… también cantan y danzan sobre tu cuerpo.
Cada año vienes a colocar flores sobre la tumba de la tía “chofita”. Pero como te molesta ver a tanta gente en los panteones (ellos también asisten a dejar cruces de pericón para sus muertos), esperas dos o tres días después para no encontrarte con nadie.
Así tu memoria puede viajar sin distracciones. La tía “chofita”… ella te enseñó a tejer, a convertir la tierra en lodo, a viajar a otras dimensiones mediante el sueño, a no tolerar las injusticias y a comer dulces de coco. Un día te compró una resortera para que jugaras con El Negro (su hijo). Tú preferiste recolectar alacranes, robar los cigarros del abuelo y fumar detrás del chiquero (aquel donde murió tu tío Daniel, a quien nunca conociste) .
La recuerdas y piensas en el bello momento de su muerte prematura. “El sinsabor de los años y el deterioro del cuerpo (siempre haciéndose más lento después de los cuarenta), no ocuparon la inquebrantable fuerza de su vientre.” Mientas la recuerdas cantas, y llevas agua para las flores, para humedecer las cruces, regar la tierra y barrer la hojarasca.
Cantas cuando enciendes la primera veladora. Te sientes observada y eso comienza a inquietarte. Sin más, el panteón comienza a poblarse de personas, todos dicen cosas indescifrables. Algunos llevan grandes rollos de pericón, otro toca una guitarra, hay uno que llora discretamente, y una botella de tequila que reparte su esencia al grupo de hombres que la circulan… De pronto, ahí está ella, sentada, con la sonrisa transparente como el aire. Acomoda los floreros, no menciona palabra alguna. Te parece ilógico, irreal, inconcebible. Ya casi habías olvidado cómo era. Te acercas a ella y tu boca tiembla; has dejado de cantar…
Ahora estás junto a ella, ambas acomodan las flores y atan las cruces de pericón a las de madera. El agua en las cubetas juega con movimientos tenues y hace temblar las ramas de los árboles. Tú, Yareni, la observas a ella y se apacigua tu corazón.
La miras y su nariz comienza a desprenderse, el cabello se le vuelve un manojo de arañas que al instante se ocultan bajo la tierra, se le cae la piel a pedazos… sigue en movimiento. Ahora su esqueleto comienza a hablar en una lengua que nunca habías escuchado, pero comprendes todo lo que ha dicho.
Se te cae un brazo y es ahí cuando despiertas…
Ya no te llamas Yareni. Ahora eres Mariana. Es de madrugada y la ventana de tu cuarto está abierta; como si algo o alguien hubiera entrado, ¿o salido?...

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