sábado, 5 de junio de 2010

En el nombre del padre



53

El camino será largo y agotador, muchos no conocerán el nuevo territorio. El barco navega sobre aguas hostiles (fragmentos de la tragedia acontecida). A bordo, un pequeño tumulto de mujeres, hombres y algún tipo de animales desconocidos y monstruosos abandonan la isla. Intentan salvar la vida que la vida misma pretende arrebatarles. La tierra se aleja, pero aún se hace visible entre multitud de sombras nebulosas un olor a muerte.
La gente sube una pequeña embarcación a cubierta. Dos niños y una niña han burlado la muerte, sobre un tablón de madera; la han hecho ver como una estúpida. Una anciana fija el rumbo de la embarcación a partir de nigromancia. Los espíritus señalan hacia Oriente.
Mientras la tripulación trabaja en las restauraciones inmediatas de la nave, un hombre, de un aparente linaje y jerarquía superior, desprecia su condición humana, su desgracia. Antes del colapso que devastó su territorio, su hija había aniquilado su honra a voluntad propia (hay quienes llaman a este acto Amor). Contra su voluntad, el hombre debe cumplir con sus códigos de conducta, con las normas establecidas por el mismo, con la purificación de su sangre y honor. A pesar de que la función social de la honra ha dejado de existir en este momento, pues quienes supieron de la ofensa no han sobrevivido y el pueblo a quien se habían destinado las reglas ha perecido, él debe cumplir con su trágico papel. Se coloca lo poco que queda de sus vestiduras bélicas y atavíos reales (una cinta y un par de muñequeras), cubre de tizne sus pómulos ya ennegrecidos, y saluda a su espada de guerrero.
Afuera, todo es tumulto y trabajos para librar la tempestad. Adentro, la hija observa sabiendo lo que está por ocurrir… El sable atraviesa el vientre blanco, lo traspasa; el padre le da vuelta taladrando cualquier posibilidad de vida. La muchacha muere despacio, sin despegar los labios. Se miran por última vez, por última.
El hombre sale a cubierta, el tumulto y la lluvia no lo apartan de aquel ensimismamiento en que ha caído. Alguien de la tripulación lo mira despacio, alguien cuya conciencia no es de ese mundo y que conoce detalle a detalle lo ocurrido (alguien que probablemente haya soñado con aquel espacio-tiempo, ajeno a su condición de comerciante de plantas, en un pequeño poblado llamado Ocotepec). El hombre trágico llora, y en su pesar se instala el cuestionamiento y el poco valor que se le atribuye a la excepción a la regla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario